jueves, 17 de septiembre de 2009

Lily


Una joven pelirroja se encontraba paseando por los terrenos de un antiguo castillo. Era un lugar especial, ya que no muchos lo conocían. De hecho, solo magos podían verlo. Al colegio Howgarts de Magia y Hechicería no podían entrar muggles.

Lily Evans estaba leyendo unas notas de Transformaciones, ya que ese era el año de las TIMO’s. Pero la verdad era que no podía concentrarse ni un poco en lo que leía. El mal humor que sentía en esos momentos era mayor que cualquier otra cosa que pudiera meter en su cabeza, todo por culpa de ese James Potter.

¡No entiendo como alguien puede ser tan desagradable e inmaduro! pensaba irritada, recordando la escena de aquella tarde. James y sus amigotes (Remus Lupin, Sirius Black y Peter Pettigrew) no encontraron nada mejor que molestar y humillar a Severus Snape delante de todo el colegio. Y más encima Severus la humilló a ella llamándola sangre sucia, todo para tratar de quedar bien al ver que ella lo quería ayudar. La verdad era que no lo culpaba, pues eran amigos desde antes de entrar a Howgarts y la actitud de la joven no era la mejor, ya que la bruja sabía, o más bien, intuía que su mejor amigo estaba enamorada de ella. Y eso no ayudaba en mucho a su diario vivir, la verdad, porque todo Howgarts sabía que Potter se encontraba en la misma situación.

Agobiada, suspiró y se dirigió a las puertas del castillo, ya que tratar de estudiar un poco más esa noche era un caso perdido. Condujo sus pies directo hacia la sala común de Gryffindor, ya que no le apetecía ni comer algo ni verle la carota a James.

— ¿Contraseña?—exigió la Señora Gorda al verla detenerse frente a su cuadro.

Chucherías Lechuciles— murmuró.

— Deberías estar más animada, jovencita. ¡Mañana terminan los exámenes! —exclamó el retrato, mientras dejaba a la vista la entrada a la sala común.

¡Viva! —refunfuñó Lily mientras entraba.

Mientras se dirigía cabizbaja a la escalera de caracol que llevaba al cuarto de las chicas, escuchó como alguien la llamaba desde la chimenea. Comenzó a caminar más rápido hacia la escalera sin voltearse, porque supo de inmediato quién era el que la llamaba.

— ¡Lily, espera! —volvió a exclamar el adolescente, esta vez acercándose raudo a ella.

— Qué quieres, Potter—espetó, dándose por vencida y girando sobre sus pies para hacerle frente.

— Tranquila, vengo en son de paz—dijo James percatándose de la actitud de la muchacha. —Sólo quiero hablar un momento contigo.

— Pues yo no tengo absolutamente nada que hablar contigo.

— Vamos Evans, no seas así de dura conmigo. No te he hecho nada.

— Ése no es mi problema. Creo que te lo dejé bastante claro esta tarde.

Dicho esto, Lily dio media vuelta y siguió su camino hacia las escaleras, pero una mano la retuvo fuertemente por el hombro.

— Potter, suéltame inmediatamente o sufrirás las consecuencias— logró articular la chica con los dientes apretados, furiosa.

— No. Quiero que escuches todo lo que tengo que decir— dijo testarudamente, haciéndola girar.

Indignada la chica sacó rápidamente su varita y apuntó en la cara a James.

— Suéltame.

— No.

¡Petrificus Totallus!.

Los brazos y las piernas de James se unieron a su cuerpo y calló rígido al suelo de la sala común. Lily le dedicó una mirada de odio antes de correr escaleras arriba hacia la habitación de las chicas. Logró escuchar como uno de los amigos de Potter gritaba su nombre al verlo caer, pero no supo exactamente quién lo hizo. De hecho no le importó mucho, porque sentía que se merecía profundamente ese hechizo.

A la mañana siguiente Lily se despertó temprano para poder repasar un poco antes de que llegara la hora de rendir la TIMO de Transformaciones. Bajó junto a sus amigas a la sala común para tratar de hacer que una pantufla se transformara en un conejo.

Se dirigieron contentas y optimistas a desayunar. Ahora sí que sentía que era el último día de exámenes. Luego podría descansar, relajarse y esperar que el año escolar terminara. Pero todo su optimismo se le cayó al suelo cuando se fijó que, unos 5 puestos mas allá en la mesa Gryffindor, James la miraba fijamente y con el semblante abatido. Lily se sintió culpable por haberlo embrujado ahora que tenía la cabeza más fría, pero otra parte de ella se sentía orgullosa por atreverse por fin a plantarle cara tantas veces en un solo día. De pronto, recordó que había dejado su varita en la sala común. Maldijo por lo bajo y se paró rauda para ir a buscarla antes de que comenzara el examen, diciéndole a sus amigas que no se preocuparan por acompañarla. Cuando llegó a la sala común vio su varita abandonada sobre la chimenea. Se acercó a ella suspirando por su estupidez, la cogió y dio la vuelta para volver con sus amigas. Pero se encontró con que James se encontraba apoyado con gesto aparentemente despreocupado en una de las butacas.

— Me embrujaste ­— musitó él — me embrujaste y lo único que quería hacer era hablar un momento contigo, Evans.

— ¿Cómo querías que reaccionara? — respondió ella, actuando a la defensiva — me agarraste por la espalda y no me querías dejas marchar. Te advertí que me soltaras y no escuchaste.

— Nunca pensé que serías capaz de algo así.

— Pues te equivocaste.

Dicho esto, dejó a Potter solo en la sala común, pero no se dirigió al Gran Comedor. Paseó por los corredores del castillo, pensando. Era verdad que había sido muy dura la noche anterior, y ahora se había dado cuenta hasta qué punto. Nunca había visto a James así, tan deprimido, y sólo porque alguien le lanzaba un embrujo… Sacudió la cabeza, confundida. Lo que realmente no comprendía era por qué se había dejado embrujar. Tenía unos reflejos increíbles y, pese a que él decía que no creía que fuera a ser embrujado por Lily, ella lo dudaba. Él sabía todo lo que la muchacha lo odiaba y repudiaba. ¿Por qué seguiría insistiendo? ¿Sería que el amor que sentía por ella era así de sincero? En ese momento chocó con alguien, volviendo rápidamente a la realidad.

— ¡Sev! — exclamó la chica, sorprendida.

— Hola…— dijo simplemente el Slytherin, desviando la mirada.

— ¿Sucede algo, amigo? — preguntó la chica, preocupada por la actitud del muchacho.

— ¿Te parece poco el hecho que te haya llamado sangre sucia delante de todo el colegio? Yo que tu me odiaría.

— Oh, Sev. Tú y yo sabemos que eso lo dijiste simplemente porque estabas enfadado. No lo sientes realmente, ¿o sí?

El muchacho suspiró.

— No, no lo siento.

— Entonces no te mortifiques más, tontito— dijo ella con una sonrisa en el rostro.

— ¿Me perdonas?

— No hay absolutamente nada que perdonar. Y ahora vayamos al Gran Salón, porque la TIMO va a comenzar pronto.